La variedad del vestuario femenino:
En el ámbito domestico las niñas o adultas solían andar con ropas sencillas.
Cuando debían salir usaban prendas a la moda de la
Francia revolucionaria, de colores claros. Las telas variaban según la época
del año, podían ser de lana (en los ámbitos humildes) o de fina seda (entre las
mujer de élite). Los vestidos no llegaban al piso, sino unos centímetros más arriba, lo que permitía apreciar la calidad de las medias de seda y la elegancia de los zapatos de tela que podían llegar a confeccionar ellas mismas. Concluido el trabajo, los zapateros se encargaban de adosarles las suelas.
Los viajeros Extranjeros de la época se sintieron atraídos por los pequeños pies de las mujeres hispano-criollas.
En
cuanto a las mujeres de condición social más modesta, usaban vestidos de corte
parecido, aunque de telas menos costosas, pero
calzaban medias sencillas, y los zapatos no eran bordados.
Las que circulaban por las calles vendiendo alimentos u
otros productos, llevaban
sandalias de cuero o alpargatas.
El estilo de funcionarios, comerciantes, clérigos y militares:
La ropa de los hombres se caracterizaba por la sencillez,
aun cuando ocuparan altas funciones públicas o tuvieran grandes fortunas.
Los miembros del Cabildo y de la Audiencia, para ocasiones
solemnes empleaban frac y calzón corto, medias y zapatos con hebillas de metal.
Los médicos vestían completamente de negro (salvo sus
camisas) y calzaban
botas altas pues recorrían la ciudad a acaballo, llevando su
maletín de cirugía y su botiquín de mano.
Los tenderos que estaban de pie largas horas, lucían
impecables de torso para arriba, pero
durante el horario de atención al público cambiaban sus zapatos por alpargatas.
Los jornaleros, aguateros, vendedores de velas y oros que
desarrollaban sus tareas en la vía pública
vestían de forma distinta. En cuanto al calzado usaban, la bota de
potro, casi siempre con los dedos descubiertos. Si el trabajo requería andar a caballo se
utilizaban espuelas.
En los casos de extrema pobreza, el paisano no tenía más remedio que
andar descalzo.
Extraído del segundo capítulo de la colección Vida cotidiana
en tiempos de la Independencia.1816-bicentenario-2016. Diario Clarín.